En la frontera de Tamaulipas hay prácticamente una zona de refugiados de guerra, de migrantes de diversas nacionalidades que claman por humanidad que no llega ni de México y menos de Estados Unidos.
En las zonas cercanas a los puentes de Matamoros, Reynosa y Nuevo Laredo hay personas de por lo menos 22 nacionalidades en espera de recibir asilo que definitivamente ha sido aplazado por el gobierno de Donald Trump.
Dominan los cubanos de quienes nadie habla bien por soberbios y altaneros ya que además de estar financiados por familiares principalmente radicados en Miami ofenden a sus iguales. Seguidos de los venezolanos que han huido de su país ante la represión de Nicolás Maduro y la persecución política de la que son objeto.
Ya después aparecen los hondureños, nicaragüenses, salvadoreños, haitianos, encontrándose incluso rusos, africanos y hasta de Bangladesh, sin que esté claro cómo han llegado hasta este punto.
Son objeto de vejaciones y ofensas por parte de personal del Instituto Nacional de Migración (INM) quienes les prohíben incluso el uso del sanitario, las instalaciones y los ofenden por la condición que enfrentan.
Pero más aún trafican con permisos de estadía que les llevan a vender hasta en 800 dólares, representando el mayor tráfico de la necesidad humana.
Los niños convierten esos espacios al aire libre en sus sitios de juego, en donde desayunan, comen y cenan de la caridad de iglesias y organizaciones civiles de ambos lados de la frontera.
Que decir de Donald Trump quien simplemente ve un riesgo en abrir la frontera al asilo de migrantes extranjeros quienes en su desesperación han brincado al río tratando de cruzar nadando.
Son presa fácil de la delincuencia organizada por lo que permanecen en las cercanías de los puentes internacionales, donde hay presencia de agentes del Sistema de Administración Tributaria, Ejército y Marina.
Son extraños en tierra mexicana en su límite con Estados Unidos, donde cada vez ven más lejos la posibilidad de cumplir el anhelo americano.