Tijuana, BAJA CALIFORNIA.
Después de vivir 19 años como indocumentado en Estados Unidos, Julio César Larios Heredia fue deportado a México, un país desconocido para él, donde más allá de discursos y fotografías oficiales, fue recibido por integrantes del crimen organizado.
Tras cumplir una condena de cinco años en una cárcel federal, el expandillero de California, cuenta que al cruzar la Garita de San Ysidro, en Tijuana, un hombre de mediana estatura, que se encontraba mezclado entre la gente, lo abordó para ofrecerle mil 500 dólares por “burrear”: cruzar paquetes de droga al otro lado de la frontera.
Va uno pasando y lo miran así tatuado, y de volada te quieren jalar al cártel, para que andes burreando; te dicen que, si quieres trabajar de halcón, cuidando el terreno o cruzar otra vez para allá, que te pasan gratis, pero llevando una carga”, relató.
Julio César explicó que la propuesta era tentadora pero decidió rechazarla “porque no vale la pena, sólo te usan como carnada”, además de que no puede regresar a Estados Unidos, ya que lo condenarían al doble de años de prisión.
Detalló que su intención es quedarse en México y no meterse en problemas para poder estar con su mamá y hermana, que viven en San Luis Río Colorado, municipio de Sonora limítrofe con Baja California.
El padre Felipe de Jesús Plascencia, director del Proyecto Salesiano en Tijuana, con 30 años de trabajo comunitario, reconoció que cientos de deportados mexicanos son interceptados por el crimen organizado.
Dijo que es difícil llevar una estadística, “porque son casos que se mueven por debajo del agua”, pero esa situación pone en peligro la vida de los connacionales, “y ahí tenemos que poner mucho empeño, mucha atención para saber acompañarlos”.
CORTESIA EXCELSIOR